De cal y de arena
Un juicio y algo más
Alvaro Madrigal cuyameltica@yahoo.com | Jueves 08 octubre, 2009
Me golpeó la sentencia condenatoria dictada contra Rafael Angel Calderón Fournier en el juicio Caja-Fischel. Cuando un amigo vive estas tribulaciones —independientemente del porqué— lo acompaño para hacerle saber que estoy con él. Hubiera disfrutado una sentencia absolutoria, confiado en que Rafael Angel se limitó a proveer servicios profesionales en determinada línea. Ni siquiera una exención de responsabilidad por aplicación del principio de in dubio pro reo me habría reconfortado. Mas lo que hubo fue una condena, ciertamente desmerecida por sus abogados que recalcan la impertinencia de los argumentos a que apeló el Tribunal Penal para dictarla. La validez de la prueba recabada en el extranjero, la supremacía de la confesión del imputado huérfana de respaldos en el conglomerado de testimonios aportados, la atribución del peculado a quien no era al momento funcionario público, por qué no fueron dádivas sino comisiones, los criterios seguidos en punto a responsabilidad civil, la curiosa tabla de tasación de las penas en función de la impuesta a Walter Reiche... tantos reparos obligan a Calderón a acudir ante la Sala Tercera de la Corte a desbaratar los argumentos que sustentan la condena y la grave afirmación que hace el Tribunal Penal sobre la existencia de un aparato montado para delinquir en su partido político. Sus amigos lo esperamos así.
La corrupción campea por todos los ámbitos de la sociedad costarricense. No es de hoy; su efecto corrosivo es devastador y penetra las basas mismas de la democracia y sus instituciones. Hay suficientes casos que confirman desde hace años la presencia de una colusión de intereses montada para expoliar las arcas públicas y montar vastos imperios económicos idóneos para asegurar influencias políticas. El tráfico de influencias es la herramienta con que hoy se devastan los dominios de la ética, problema que se agrava con la invasión de los carteles del narcotráfico validos de la codicia de improvisados empresarios, altos funcionarios y la corruptibilidad policial. En ninguno de los escándalos que han reventado ni en los que permanecen en estado latente los políticos actuaron solos, sin la connivencia de particulares. Si nos estremecieron tantos casos en el pasado reciente, tomemos nota de que en el decurso del gobierno actual es mucho lo que se habla. Si la Fiscalía General de la Nación no sale airosa en la persecución de este cáncer, con una acción de mayor anchura y profundidad (¿toda su faena se reduce a dos peces gordos?), también pasará a engrosar la lista de causas del extendido descreimiento entre los ciudadanos. Sí, hay dos ex presidentes de Costa Rica con expediente abierto (más otro que curiosamente se libró del brazo de la Justicia). Pero también el Poder Judicial, jueces y fiscales, tienen que saber que estamos en tiempos de rendición de cuentas sobre aciertos, errores y omisiones.
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