Muros de intolerancia
Vilma Ibarra vilma.ibarra@gmail.com | Miércoles 11 noviembre, 2009


Hablando Claro
Muros de intolerancia
Visto en la perspectiva del lente amplio que nos proporcionan los expertos, aquello puede entenderse hoy como el curso inevitable de la historia. Pero en noviembre de 1989 solo podíamos presenciar atónitos lo que sucedía, sin comprender la verdadera trascendencia de los hechos y sin poder imaginar nunca lo que la caída de aquel muro traería consigo. Vinieron las nuevas tesis; se proclamó el fin de la historia que estudiamos en las aulas universitarias y fuera de ellas, por supuesto sin entender nada de nada, aunque sí para constatar poco después que la historia no tenía fin.
Desde entonces vivimos nuevas guerras, muchos viejos y profundos odios y divisionismos como los que hacen imposible construir la paz entre palestinos e israelíes, o como los odios del terrorismo que dibujan una de las últimas caras de la historia o como los muros de la indiferencia que hemos levantado para dejar del otro lado el hambre y la miseria de hermanos tan lejanos como los africanos y tan cercanos como los haitianos. Nos cuesta tanto entender y aceptar las complejidades de nuestra naturaleza humana que preferimos voltear la mirada. Y acaso encontramos en la indiferencia una forma fácil de sustraernos al temor. Con razón, alguien dijo que el miedo al otro encierra en gran medida miedo a uno mismo. Los muros que nos han dividido en el pasado y los muchos muros que nos siguen dividiendo hoy, son los muros del racismo, de la xenofobia, de las clases sociales, de la desigualdad, de la intolerancia religiosa o política y de todo aquello que nos coloque, por contraposición a nuestras ideas, creencias, convicciones y temores, de frente a aquellos que son distintos.
No sé si en otros puntos del planeta donde la paz, la libertad y el reconocimiento a los derechos de los otros han sido obtenidos con el precio de la sangre de miles o incluso millones de seres humanos, sea más atesorado que lo que resulta para nosotros los costarricenses el valor de la convivencia, la tolerancia y la democracia que tenemos. A veces pienso que a falta de grandes traumas no hemos aprendido a valorar en su justa medida todo lo bueno que poseemos, pero siempre, dichosamente, frente al desánimo que genera cierto caudal de pesimismo, encuentro lecciones de vida de grandes héroes cotidianos que con sus gestos dan sentido a mil propósitos de lucha por el entendimiento y la comprensión.
Y cuando digo esto pienso en la hora difícil a la que nos enfrentamos de cara a nuestra inseguridad ciudadana y me digo a mí misma que debemos ser más tolerantes que nunca para sentarnos a dialogar y discrepar para poder redefinir las medidas para enfrentar el inmenso problema que tenemos. No sea que por miopía, por intolerancia y facilismo nos ganen la batalla los delincuentes. “Mil cosas avanzan, novecientas noventa y nueve retroceden. Esto es el progreso”, según Henry Amiel.
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