El domingo
Leopoldo Barrionuevo leopoldo@amnet.co.cr | Sábado 23 mayo, 2009


Elogios
El domingo

En mi niñez se trabajaba el sábado y en mi juventud apareció el sábado inglés por el que se trabajaba mediodía hasta que desapareció el trabajo los sábados, los domingos, los lunes de festejos santorales o patrióticos y los fines de semana puentes para fomentar el dolce far niente (“la suprema dulzura de no hacer nada”).
Cualquiera diría que nos merecemos esos extendidos descansos, de todos modos, el domingo es un día sagrado por donde se lo mire y puede ser sagrado para los que van a la iglesia o al templo; de comilonas e indigestiones para los que mastican sin piedad; nadando entre alcohol para los que logran que los transporte un chofer designado (nuevo vocablo para los sobrios que nos reemplazan en el volante); día de salida para padres separados y de aburrimiento supremo para los hijos de los que los enrolan para cumplir con un deber o dar cumplimiento a las visitas permitidas; día de fútbol para la tribuna, la televisión, el cable y la TV Directa; día de paseos, encuentros y amoríos de nicas en Parque La Merced; día de acostarse temprano e ir a la cama sin cenar…
Y también es el domingo el día de los recuerdos, como por ejemplo el que se nos va de aquellos domingos familiares de ravioles, tallarines y olla de carne con todos los hijos y nietos rodeando la gran mesa familiar, temprano para que los recalcitrantes fueran al fútbol y los más jóvenes empataran con la milonga, el famoso baile de los domingos. Hay también domingos dedicados al tedio, que es, como dijo Florencio Escardó: “El trabajo que se toma un tonto para no aburrirse”.
Uno de estos domingos estuve de fiesta: llegaba de Guatemala de paso para Buenos Aires y Lima y me negué a la comida rápida y crucé al Chancay de Curri, ya que me encanta la comida peruana, creo que es la cocina más variada y exquisita de Latinoamérica.
Como siempre, me atendió Dante González, peruano de pura cepa y estuve bromeando con los muchachos acerca de que “ahora sí iba a comer bien” gracias a la invitación de José y Georgina Valverde a Miraflores después de Buenos Aires, para visitar viejos amigos y disfrutar de mi barrio. Desde otra mesa me saludaba otro amigo porteño con muchos años de Costa Rica y me encantó verlo y abrazarlo: Daniel Antonioli, lo vi mejor que nunca y casi no lo reconozco por lo joven y feliz que estaba.
Me sentí muy bien, pleno y agradecido por ese domingo que como todo lo de esta vida no pudo ser completo: en el televisor estaba terminando el partido que San Martín de Tucumán le ganaba a mi amado Racing Club de Avellaneda por 2 a 1.
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